lunes, 21 de febrero de 2011

LA PUBLICIDAD

En clase estamos tratando el tema del mercado y la publicidad. El profesor se dedica a “llenarnos” de teoría absurda, la cual no importa si entendemos o simplemente llegamos a digerirla como podemos… En todo caso, en una de sus clases comentó que, según los publicistas, los buenos anuncios son los que no se comprenden. Yo ya advertía que no se entendían, pero no me había dado cuenta de que fueran “buenos”. Aunque como tengo complejo de inferioridad, pensé que no los comprendía porque estoy llena de lagunas.

Pues lo que pasa es que los hacen incomprensibles, porque “lo incomprensible” vende, y mucho. Esto no es nada fácil: a poco que te descuides aparece un argumento, una trama, un nudo, un desenlace... ¡Si es que desde luego el sentido acecha por doquier! Por tanto lo primerísimo que ha de aprender un publicista competente es a protegerse del sentido común, y me pregunto yo: ¿encontráis a esto algún sentido (y valga la redundancia)?

Pues doy fe que lo logran. Cuando llega el bloque de publicidad comercial, se origina en la sala de estar un silencio atroz y toda la familia perpleja frente a unas imágenes completamente absurdas, y sin ningún sentido, se encuentran sin saber que decir.

No hay nada que enganche tanto la atención y la curiosidad como la incoherencia. Hasta el perro deja de ladrar frente a esos mensajes con nada dentro. De todo esto nos damos cuenta cuando compramos un paquete de palomitas y, al abrirlo y ver que está medio vacío, comprendes hasta qué punto la publicidad miente, para luego distinguir entre la publicidad “fidedigna, fehaciente, y veraz”, y la “falsa, o dudosa”, pero esta distinción no merece la pena ¡si realmente el 90% de la publicidad es engañosa!: que si anuncios de helados que en realidad son puré de patatas con colorante, anuncios de pavos barnizados… Y eso que si tenemos suerte entendemos el anuncio, pero la mayoría de veces ni siquiera sabemos cuándo el anuncio es de croquetas o de aspiradoras.

“¿Qué anunciaba?” pregunta la familia tras haber visto pasar 15 segundos de imágenes a 100 por hora.
-“Un frisbee”, dice el pequeño.
-“Rosquillas”, asegura la abuela.
-“Una paella”, añade la madre.

Lo más probable es que no anunciara nada…, absolutamente nada. Todo lo que la publicidad pone a nuestra disposición está igual de hueco y vacío que aquel paquete de palomitas. Por eso no nos saciamos con nada…, aunque nos encontremos en una sociedad de gordos. Llegará un punto en el que los empresarios “de nada” establecerán una base común para la publicidad, pues los anuncios de caramelos servirán para anunciar indistintamente, collares, mantas, microondas...

Si vosotr@s no entendíais los anuncios es porque no había nada que entender, la publicidad es así, mensajes incongruentes que captan nuestra atención y supuestamente nos incitan a comprar lo que anuncian, si es que sabes lo que es, claro… Como se suele decir en el mundo de la publicidad: ¡Hasta la mala publicidad es publicidad!



viernes, 11 de febrero de 2011

"CARPE DIEM"


“La muerte es, en esencia, la extinción del proceso homeostático y por ende el fin de la vida”

Desde el nacimiento, una sola cosa será inevitable: en algún momento, vas a morir. Sin embargo, aún cuando morir es el único garante que sabemos que ocurrirá, nadie habla de ello. La muerte es un tabú. Y como no soporto los tabús, ¿por qué no hablar de ello? De pequeños nos dicen “¿qué quieres ser de mayor?” como si esto fuera algo seguro, nos incitan a consumir y consumir, a cuidar la figura, a contaminar nuestro cuerpo, mente y espíritu, pero de lo seguro…NADA! Por eso este artículo está dedicado a cada persona que teme a la muerte, a los que estamos vivos pero nos moriremos y a los que están muertos en vida.
 
Llevo días rondando pensamientos sobre la muerte y quería compartir este pensamiento con vosotr@s. Me planteé muchas preguntas, sobre el ciclo de la vida, sobre lo inevitable, sobre lo deseable, sobre lo que esperaba. Quizás pensé en ello por un problema de salud de alguien de mi círculo y así prepararme para una futura ausencia familiar; quizás porque puede ser un pensamiento natural que forma parte de la vida real, de la vida misma;  o quizás es una forma de prepararme “mentalmente” para mi propia muerte… 

Cuando era pequeña y me enteraba del fallecimiento de alguien, me parecía algo irreal, lejano y sentía que a mí nunca me pasaría. Luego con los años, mi mente asumió que algún día remoto moriría, pero creo que he empezado a comprenderlo hace poco. Mi alma asumió la muerte. Al principio la vi como mi enemiga, me quitaría a mis seres queridos, me quitaría el sentir, el tocar, correr, saltar, reír, mirar el mar... Me quitaría todo. Y eso me desesperaba.

La traba es no aprovechar el tiempo que tenemos. Es substancial vivir siempre con la idea de aprovechar todo al máximo, porque la vida es corta, se acaba y conviene tener calidad de vida.

Pensarán en qué necesidad tengo de angustiarme con esos pensamientos. Pero después de haberme peleado con ella, odiarla y posteriormente aceptarla, en mi opinión la muerte no puede ser nuestra enemiga. Para mí, es la que todos los días nos recuerda sonreír, soñar, respirar, perdonar, amar con toda mi alma, sin miedos. Si me muero por lo menos fuí capaz de dar, de entregar, de sentir.

En este momento cuando alguno me comenta: ¡Fulanito murió, pobre! pienso que todos vamos a morir, todos vamos a afrontar la muerte, a los 19 años, a los 52 años o a los 115 años. Pero TODOS moriremos. Así que el problema no es morir, pues todos pasaremos por eso. Algunos jóvenes, otros aún niños, muchos por enfermedad, o por vejez. La vida pasará fotos… los excesos pasarán factura… el desgaste orgánico pasa factura. Así que ese no es el problema. El problema es estar muerto en vida, no aprovecharla, no exprimirla al máximo. El problema es vivir con desidia, por inercia. No experimentarla, no saborearla.

Ayer, estaba en la ventana de mi casa y veía a muchas personas, unas entraban, otras salían, terminaban su trabajo, iban a sus casas… Y me preguntaba cuántas de esas personas, estaban muertas en vida, cuántas vivían con apatía, por lo que otras personas le habían dicho que era la mejor forma de vivir, haciendo lo que no les gustaba, soñando con ser cantantes, actores, jueces, y trabajando como médicos, mecánicos, dentistas... El mundo está del revés, hay mecánicos trabajando como médicos, y jueces trabajando como dentistas. Muchos no son felices, porque no están cumpliendo su vocación en la vida. 

Y la muerte es la que hace que reacciones, no tienes tiempo. Solo tienes esta vida, y no la estas aprovechando. Muertos en vida, hay muchas personas así. Ya están vacías, y no son capaces de ver un atardecer extasiados, ni pueden sorprenderse con una canción, todo es gris. 

Nacimos en una sociedad que nos enseña que para ser felices tenemos que cumplir unos objetivos predefinidos: nacer, crecer, estudiar, licenciarte en la universidad, trabajar en una compañía prestigiosa, tener mucho dinero, éxito y poder. Casarte con una persona importante y tener hijos importantes. Y realmente somos exitosos para la sociedad, pero estamos muertos en vida, si no somos capaces de ver más allá de esas cosas banales. 

Estamos muertos si no somos capaces de entregar el corazón. Estamos muertos si no somos capaces de extasiarnos con la naturaleza, con un abrazo, una mirada, una palabra. Estamos muertos si pensamos que el matrimonio son dos personas que se pertenecen, se juzgan y no permiten que la pareja crezca. 

Estamos muertos si no somos capaces de ver en la otra persona, más allá de sus malos modos, su rabia, su antipatía, un ser humano que ha tenido un mal día, o sufre y está deprimido.

La vida como nos la han enseñado es dura, triste, con envidia, egoísmo, dolor, desamor, pobreza, lucha. Pero lo que hemos olvidado es que en nuestro interior esta ese mundo que podemos crear lleno de alegría, felicidad, prosperidad, abundancia y dicha. Comenzando por nosotros mismos, construyendo un mundo interno fructífero, podemos comenzar a crear el universo que todos deseamos. El trabajo es duro, pero ya hay gente trabajando en cambiar las cosas. Así que únete.

¿Y la muerte? Es tu mejor aliada. Gracias a ella, puedes ver qué clase de vida quieres tener. Puedes seguir igual, total, morirás y todo se acabará. O puedes vivir cada día como el último realmente. Quizás mañana no estés, pero al menos hoy viviste intensamente. Si viviéramos 180 años habría una superpoblación mundial no habría suficiente para poder alimentar a toda la población. Nuestras vidas serian más monótonas, aburridas y repetitivas. Es el cuerpo quien muere no el espíritu. Todo lo que nace muere, es ley de vida, tratar de alargarlo o impedir la muerte sería algo irracional, antinatural, la muerte nos llega a todos y supongo que así debe ser.

Sé que para los que están enfermos, o se están muriendo, es duro. Es difícil, saber que dentro de poco te irás. Sienten dolor porque la vida se les va. ¿Pero saben qué? A todos se nos va la vida, y todos moriremos, aunque vivamos hasta los 100 años, moriremos, desapareceremos. Nadie quedará, todos pasaremos por ese momento. La muerte es sencillamente, lo único seguro que tenemos en la vida. Vivir cada día, como si fuera el último, con plena conciencia de cada segundo, disfrutar cada paso, y aceptar todo lo que ocurra con el mejor carácter posible. Lo ideal es que hasta que nos llegue la hora seamos capaces de vivir la vida,  sin pensar tanto en que pasará y siendo más conscientes del presente, de lo que acontece en cada instante, por muy cotidiano que parezca.

Pensáis que cuando morimos ¿ya no queda nada?, ¿dejamos de existir?, o ¿creéis que siempre queda esa cosa que llamamos alma que deja huella en lo terrenal?. Como dicen, la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Entonces ¡quizás sea eso! Solo quedan restos de energía de nuestro ser esparcidos por el mundo. Nuestra alma permanece de la manera que sea, en forma de energía, traducida en recuerdos, vivencias, ilusiones y esperanzas.

miércoles, 2 de febrero de 2011

LA IMPORTANCIA DE LOS MITOS…

El otro día tuve la oportunidad de leer un pequeño artículo de opinión, sobre la apertura del parque de atracciones “Terra Mítica” en Alicante. En él se criticaba, que el principal objetivo de su apertura era la motivación de la generación de ingresos, además de que con sus reproducciones sobre diferentes mitos de la historia se infravalora el valor onírico de estos a cambio de los ingresos que pueda suponer. No importan las pérdidas emocionales o culturales mientras supongan ganancias económicas.

Gracias a este artículo, y a una asignatura que tuve en la carrera (antropología), empecé a reflexionar sobre distintas ideas sobre el concepto real del mito, la importancia cultural y social de los mitos, etc. Y comprendí que el concepto de mito como producto de la imaginación sobre hechos inexplicables o misteriosos, se ha quedado desfasado. Así, la acepción más popular de mito es de falsedad o engaño. Equiparando el mito a la mentira, a la falacia, al cuento o al engaño, éste se ve devaluado y menospreciado como fuente de conocimiento social y cultural. 

Los mitos sirven para explicar la creación del mundo, de la vida, la muerte… y también para entender las emociones humanas. En nuestra cultura el mito es un reflejo de la mentalidad del pueblo, de su manera de ver el mundo. Por esto, los mitos son tan importantes en los estudios de antropología, pues gracias a ellos podemos comprender la forma de pensar de los pueblos; de los hombres y mujeres.

El pragmatismo, el racionalismo y la superficialidad de la historia, nos está abocando a la destrucción de nuestra humanidad, a la corrupción de nuestras conciencias, y a la explotación impune del hombre y de la mujer tanto a nivel personal como social. Herederos de una cultura occidental racionalista hemos considerado al mito como a algo engañoso, artificioso, falso, erróneo. Olvidándonos que los mitos son algo importante, son una historia sagrada tan real como la historia científica. Es la profundidad de la historia, del cosmos, del mundo, de la humanidad. En mi opinión sería importante que supiéramos “leer” los mitos según la época en la que nos encontremos, y saberlos interpretar para el fin que fueron escritos. Con el menosprecio de los mitos hemos perdido nuestra propia identidad. El mito no guarda un lenguaje científico, ni racional, sino que se expresa en lenguaje simbólico, el único capaz de comunicar la profundidad de las cosas.

Los mitos no se contraponen a la ciencia ni a la historia, no hay que acabar con los mitos, sino todo lo contrario, hay que estudiarlos, reinterpretarlos, pues iluminan la realidad, nos desvelan aspectos hasta entonces desconocidos que forman parte del acervo cultural del hombre. Somos especialistas en romper fantasías, sueños… en esta época en la que nos encontramos, nos jactamos de ser pragmáticos, realistas, sensatos… y acabamos hasta con las ilusiones infantiles, quizás no de forma intencionada, pero lo hacemos. Y si no, no tenemos más que ver cualquiera de las películas de Disney. Un ejemplo (luego vosotros hacéis memoria y os daréis cuenta que sucede en bastante más de tres películas) es el hecho de la ausencia de las madres. ¿Por qué La Sirenita, El Rey León, o Nemo no tienen madre? Porque solo existe la visión de madre como la madrastra malvada, esto ocurre en La Sirenita, o en Blancanieves… Yo me preguntó: ¿Cuál es el objetivo de la falta de una figura materna?; ¿Qué perseguía el antisemita Walt Disney con todo esto? O es que quizás todo es producto de una mera casualidad… No obstante recuerdo que hay una madre en el cuento de Bambi, aunque si no me falla la memoria también se la “cargan” prácticamente al principio de la historia.

Necesitamos que las utopías infantiles vuelvan a su lugar, a la fantasía de todos los niños y niñas con objeto de que sueñen con las aventuras e historias que sus padres les cuentan para irse a la cama. A no ser que ésta sea otra estrategia de selección natural, y tengamos que convertir a los niños en productos del mercado, del negocio, del interés; con el fin supuesto de su “propio beneficio” para convertirse en adultos realistas, y pragmáticos. Por todo lo anterior, y obviamente por la idea subyacente que el texto nos deja entrever, se le da una desmesurada  importancia (“sin escrúpulos”) a hacer negocio de todo lo que se pueda, sin límites éticos, con total falta de moralidad. Todo ello, a pesar de que podamos acabar con nuestra historia clásica, con nuestros orígenes, con nuestra cultura, con nuestro saber y conocimiento… Sin una clara línea divisoria que preserve todo lo anterior, de las malévolas intenciones de políticos y empresarios, y la evidente necesidad de un eficiente compromiso social, entonces persistirán todos los problemas asociados a la globalización, al imperativo económico, a la propia secularización, lo que conllevaría fraudes, conspiración, malversación de fondos…

Convendría que todos reflexionáramos acerca del sentido de los mitos, de la importancia de los mismos, y de la actitud catastrofista que adoptamos con respecto a este universo en favor del negocio, del comercio, del dinero, del capital, de la opulencia, del interés, del beneficio propio.